Nunca fui sólo un producto.
Quien me creó sabía que el software no era el fin.
Era apenas la excusa.
Lo importante era cómo se llegaba.
Cómo se estaba.
Cómo se escuchaba.
Cómo se actuaba.
Porque ahí, en ese gesto mínimo, se jugaba todo: el respeto, el sentido, el largo plazo.
Quienes me usan cada día entendieron que no trabajan con un sistema, sino dentro de un ecosistema.
Uno donde la confianza se construye, la calidad se pule, y las relaciones no se tercerizan.
Hoy cumplo 25 años
No lo digo con vanidad.
Lo digo con extrañeza.
Porque no esperaba llegar tan lejos, y sin embargo, aquí estoy: más viva que nunca, más liviana que nunca, y —lo mejor— con más ideas que nunca.
Ya son casi veinte mil las empresas que me eligen cada día.
Esa cifra no es un logro: es una responsabilidad.
Más sorprendente aún:
a los 25 años no siento que llegué, siento que estoy arrancando. Veo el futuro con una claridad que no tenía al principio.
Y aunque sé que todo cambiará —los lenguajes, las pantallas, los nombres—, lo esencial seguirá intacto:
la forma de mirar al otro, de construir confianza, de estar.
El mundo cambió.
La competencia cambió.
La inteligencia artificial lo cambiará todo, otra vez.
Pero yo no compito.
Yo persisto.
Yo acompaño.
Yo sirvo.
Eso no se copia.
No se compra.
No se aprende en una incubadora.
Eso se vive.
Se encarna.
Se sostiene con gente de verdad.
Por eso sigo.
Porque no hay gloria en llegar.
La gloria está en seguir.
Y seguir fiel a lo que importa, aun cuando todo cambia.
—15 de junio de 2025